KIEV. – A miles de kilómetros de su hogar en Guantánamo, Cuba, Frank Darío Jarrosay Manfuga, un maestro de matemáticas y músico de 35 años se encuentra en un centro de reclusión ucraniano como prisionero de guerra “ruso” en un conflicto que nunca buscó.

Su historia, recopilada en exclusiva para DIARIO LAS AMÉRICAS por Orlando Gutiérrez-Boronat, secretario nacional de la Asamblea de la Resistencia Cubana (ARC), es un testimonio tangible de cómo la dictadura cubana envía a sus ciudadanos como carne de cañón al frente de batalla para servir a los intereses de Rusia.

Jarrosay Manfuga asegura no llegó a Rusia buscando la guerra. Argumenta que huía de “la pobreza, la falta de libertades y el control asfixiante del régimen castrista, que se adentra en cada aspecto de la vida de los cubanos”. Se le presentó lo que en esas circunstancias evaluó como “una oportunidad de progreso”, un trabajo que resultó ser un contrato para luchar por un régimen autoritario que poco le importaba su bienestar, según su relato.

«Vine aquí por necesidad», subraya el guantanamero desde una prisión ucraniana, confesión que refleja la razón que impulsó a miles de jóvenes cubanos a aceptar la promesa de un futuro mejor. Muchos, como él, fueron víctimas de supuestas ofertas de trabajo y terminaron luchando en una guerra que no les pertenece.

Cuba y el eje de Putin

La dictadura de La Habana ha sido un aliado estratégico de Rusia durante décadas, brindando apoyo logístico, inteligencia y personal militar para sus operaciones. Así ocurrió en los 1970 y 1980 en países de África, en donde el número de cubanos enviados a combatir es impreciso, pero supera los cientos de miles, de los cuales muchos murieron y ni siquiera sus cuerpos fueron recuperados.

En la guerra contra Ucrania, aunque el régimen funge en el hemisferio occidental como difusor de falsa información sobre la realidad del conflicto e intenta mantener una fachada de neutralidad, la realidad es que ha enviado a miles de jóvenes cubanos como mercenarios a combatir del lado del ejército ruso en esa guerra de ocupación, contrario a la narrativa de país defensor de los derechos humanos con la que se presenta ante foros internacionales.

«El cubano pasa mucho trabajo, y que te pongan en un lugar como este, con todo tipo de alimentos y promesas, y uno dice: esto es sólido. Pero cuando uno firma el contrato ve la vida diferente», comenta Jarrosay Manfuga, mientras describe el panorama que se encontró al llegar a Rusia.

La realidad de la guerra le golpea con fuerza. «Cuando vine aquí me sorprendió la guerra. Me dijeron ponte el uniforme, ve aquí y dale para adelante», recuerda.

El impacto de su experiencia en el campo de batalla se aprecia cuando describe con voz temblorosa, «vi cuatro cubanos morir en un bombardeo que hicieron los ucranianos. Eso fue el domingo 14 de febrero, tengo que ver el almanaque, tal vez la mente me falla. Pero también vi morir 15 rusos. Todos eran jóvenes. Esto ocurrió en un bombardeo ucraniano contra una base rusa en Donetsk».

Su testimonio confirma la realidad. No solo son explotados y manipulados por el régimen que los envía, sino que también son expuestos a una guerra en la que no creen y por la que no reciben ningún beneficio.

La sombra de la dictadura

A pesar de ello, Jarrosay Manfuga admite que no desea regresar a Cuba. «No sé cuántos cubanos están en esto, uno no es un comandante para saberlo. Los cubanos que yo conocí no habían estado en las Fuerzas Armadas de Cuba», comenta.

Su experiencia personal en su país de nacimiento lo ha marcado profundamente. «No se puede vivir en Cuba, ni aunque tengas talentos», afirma y describe la frustración de muchos cubanos que anhelan un futuro diferente. «Muchos zafan (se marchan)», explica.

El joven recuerda el sufrimiento de otros de sus coterráneos que lucharon en Angola, enviados en la década de 1970, también en condición de mercenarios, aunque eufemísticamente el régimen de Fidel Castro los presentara al mundo como combatientes internacionalistas. «Muchos cubanos que fueron a Angola están sin brazos y desatendidos, ahí. Y a mi criterio, hoy las guerras están vigentes».

«He tenido el placer de hablar con algunos que fueron a Angola, que ya no tienen fuerzas, y me dicen: esto no sirve”.

«Si el pueblo está desatendido, qué les va a interesar esa gente. Reciben una pensión por combatientes, 200 pesos y dale (nada más). Eso es menos de un dólar», lamenta Jarrosay Manfuga.

Las palabras del prisionero reflejan la profunda represión que viven los cubanos. La censura, el control absoluto de la información, la persecución y la falta de oportunidades son una realidad cotidiana.

«No valió la pena», afirma. «Leí algunos libros, hay uno que quiero leer. Yo consumí todo tipo de refresco (aquí usa una metáfora) para que nadie me dijera nada», revela sobre su necesidad de información y su búsqueda de la verdad en un sistema que pretende controlarlo todo.

«Esa gente sí vive bien, la familia de Fidel [Castro]», comenta con amargura, tras señalar la desigualdad abismal que existe entre la élite gobernante y el pueblo.

Llamado a la esperanza

La historia de Frank Darío Jarrosay Manfuga es un llamado a la reflexión. La dictadura cubana, con su apoyo a la guerra de Putin ante las pocas alternativas y la desinformación reinantes en el país, ha inducido a muchos jóvenes a una situación de riesgo extremo al enrolarse en ese conflicto bélico.

El joven prisionero tiene claro que es necesario romper con el sistema imperante en Cuba, que se alimenta de la desesperación y la pobreza de la gente.

“Cada cual tiene su forma de ver la vida. No me gusta hablar sobre mi futuro, el futuro es incierto. Solo Dios lo sabe. Dios sabía que hoy me iban a entrevistar», concluye Frank Darío, con una mezcla de resignación y fe, mientras refleja el profundo impacto que la guerra ha tenido en él.

La guerra contra Ucrania no solo es un conflicto militar, sino también un enfrentamiento entre quienes respaldan a Rusia y los que buscan la defensa de la democracia.

La historia de Frank Darío, convertido en mercenario y carne de cañón en una guerra que le es ajena, es el verdadero rostro de las alternativas de riesgo a las que permanecen expuestos la mayoría de los jóvenes cubanos para huir de la asfixia de un país sin opciones.