Una de las más acertadas decisiones del Señor Presidente de Guatemala, en política exterior, ha sido no aceptar la invitación del Presidente de los Estados Unidos de América, Joseph Robinette Biden, a asistir a la novena Cumbre de las Américas, que ha comenzado a celebrarse en los Estados Unidos de América.

El Señor Presidente será representado por el Ministro de Relaciones Exteriores. La cuestión esencial es que él, el Señor Presidente, no aceptó la invitación del Presidente Biden. El Señor Presidente, de hecho, ha despreciado al mismo presidente Biden; a la vicepresidente Kamala Harris; al Secretario de Estado Antony J. Blinken; a senadores y diputados del Partido Demócrata y, por supuesto, al delictivo agente de intervención del gobierno de Estados Unidos de América en asuntos internos de Guatemala, el embajador William Popp.

La primera Cumbre de las América se celebró en los Estados Unidos de América, en diciembre del año 1994, convocada por el presidente Bill Clinton. El propósito de las cumbres, declarado por el Departamento de Estado, es “promover el crecimiento económico y la prosperidad en la totalidad de las Américas”, e incrementar el comercio “para mejorar la calidad de vida de todos los pueblos.”

Algunos ingenuamente creen que la Cumbre de las Américas es tan importante, que los astros se detienen para bendecir a los gobernantes que asisten a ella. Creen que es tan importante que, cuando se celebra, los pueblos de América se estremecen de gozo. Y los más pobres de esos pueblos renuevan su esperanza de riqueza. Y la democracia se conmueve jubilosa por el derecho del pueblo a elegir a sus gobernantes. Y la corrupción de la administración gubernamental huye perseguida por una renacida y poderosa honestidad.

Entonces aquella ingenuidad, aquella ridícula ingenuidad, pretende que, por haber despreciado la invitación del presidente Biden, el Señor Presidente es maléfico causante de que el pueblo de Guatemala no se estremezca de gozo. Y los guatemaltecos más pobres no renueven su esperanza de riqueza. Y la democracia sea estrangulada por tiranos. Y la soñada honestidad gubernamental huya perseguida por la corrupción. Hasta pretende, aquella misma ridícula ingenuidad, que por no haber asistido a aquella cumbre, el gobierno del presidente Biden, con la aprobación de sus senadores y diputados, ya no estaría dispuesto a permitir la emigración de guatemaltecos, ni a permitir una completamente libre exportación de productos guatemaltecos, a Estados Unidos de América.

O hasta pretende que, por no asistir el Señor Presidente a esa cumbre, el destino de Guatemala será aciago, tan aciago, que lo espera mayor miseria económica, más tiranía, más corrupción y más oposición a la emigración de guatemaltecos que ansían una mejor oportunidad de mejorar su estado de vida.

Me es imposible imaginar un mayor consumo vano del tiempo del Señor Presidente que el tiempo que hubiera dedicado a asistir a la Cumbre de las Américas convocada por el presidente Biden. Me es imposible imaginarlo porque ninguna Cumbre de las Américas ha tenido algún valor para el bien de Guatemala. Por ejemplo, ninguna ha contribuido a su prosperidad económica. E inductivamente infiero que la actual cumbre tampoco tendría algún valor, aunque fuera el más miserable.

La decisión del Señor Presidente, de no aceptar la invitación del presidente Biden, es también una de las más acertadas por su propio honor, su propia dignidad y su propio decoro.

Efectivamente, el gobierno del presidente Biden, de hecho, lo ha acusado de ser corrupto, o de ser cómplice de la corrupción, o de ser patrocinador y hasta protector de la corrupción. Aunque lo fuera, por honor no debía aceptar una tal invitación del acusador.

Y el gobierno del presidente Biden también intentó obligarlo a no designar a un determinado candidato a Jefe del Ministerio Público y Fiscal General de la República. Por dignidad no debía aceptar una tal invitación de quien pretendió usurpar su función presidencial.

Y el gobierno del presidente Biden amenazó con imponer sanciones al gobierno del Señor Presidente con el fin de obligarlo a obedecer sus mandatos sobre lo que debía hacer o no hacer para combatir la corrupción gubernamental. Por decoro no debía aceptar una tal invitación de quien ha intentado convertirlo en un obediente gobernante.

Post scriptum. El Señor Presidente puede ser el peor presidente que haya habido en la historia de Guatemala, por ser, por ejemplo, el más corrupto. Empero, denunciarlo, acusarlo, perseguirlo penalmente, juzgarlo y, si es declarado culpable, condenarlo, compete únicamente, exclusivamente, a los guatemaltecos. No compete al presidente Biden, ni a la vicepresidente Harris, ni al Secretario de Estado Blinken, ni a senadores y diputados del Partido Demócrata, ni al embajador Popp. Si, en el supuesto de que el Señor Presidente es corrupto, no lo denunciamos y acusamos, ni lo perseguimos penalmente, ni lo declaramos culpable ni, por consiguiente, lo condenamos, la responsabilidad es únicamente, exclusivamente nuestra.