LA HABANA. – Cuando cae la noche en una finca rural ubicada en el municipio Alquízar, a poco más de 50 kilómetros al suroeste de La Habana, Heriberto, su dueño, sale a hacer guardia con una vieja escopeta de cazar palomas y un farol eléctrico para cuidar que no le roben los animales y la cosecha.

Se sienta en la improvisada garita de troncos de madera con un termo de café recién colado y una camisa de mangas largas para protegerse de las picadas de mosquitos. A lo lejos se escucha una sinfonía de grillos y el ladrido de perros guardianes.

En el establo duermen cuatro vacas y una docena de carneros. En un cobertizo con techo de zinc guarda cientos de ristras de ajo y cebollas blancas y moradas. También cestas con guayabas y la primera camada de mangos de la temporada.

“Contraté a un custodio, cuida el gallinero y el corral de los puercos, le pagó 1.000 pesos por cada guardia [unos 3 dólares al cambio no oficial]. Los bandidos se aprovechan del menor descuido, te matan a los animales y se llevan la cosecha. Ahora mismo el ajo y la cebolla es oro puro”, dice Heriberto.

Una ristra de cebolla supera los 2.500 pesos y una simple cabeza de ajo cuesta 100 pesos. La libra de carne de res no baja de 1.200 pesos la libra. Un cartón con 30 huevos criollos fluctúa entre 2.300 y 2.600 pesos. Y un lechón de cien libras se vende en 50.000 o 60.000 pesos.

Ayudado por la calculadora de su teléfono móvil, Heriberto precisa que entre la cosecha y sus animales tiene “más de 20 millones de pesos. Los ladrones lo saben. Ya me han robado dos veces. Me descuartizaron una vaca y me mataron un perro pastor alemán que cuidaba la finca”. Como muchos campesinos privados, no da rodeos para señalar al culpable de la actual crisis alimentaria y la caída estrepitosa de las producciones agrícolas.

Culpable real

“El gobierno, los impagos a campesinos y las retorcidas estructuras de control a los que producimos, son los culpables del desastre en la agricultura. Si no cambian, van a terminar provocando una hambruna en la población. Otra de las causas es la tremenda corrupción existente a todos los niveles en el país. Los delincuentes han comprado hasta la policía. En Cuba hay tierra suficiente para alimentar al pueblo. Son las autoridades con sus absurdas medidas y excesivas fiscalizaciones las que bloquean a los campesinos. El gobierno de Estados Unidos no es el culpable de que no haya azúcar, el cultivo principal durante siglos en la Isla, ni de que la gente no pueda tomarse un vaso de leche o comerse un bistec de cerdo o de res. Es Raúl Castro, los militares de GAESA y Díaz-Canel y sus ministros”, opina Heriberto.

Da igual el tema que sea: política, caóticos servicios públicos o déficit de alimentos y medicamentos. Hace quince años los cubanos de a pie que se quejaban en términos tan duros por el pobre desempeño económico. Intentaban no criticar a Fidel Castro ni al sistema comunista para que no los tildarán de ‘contrarrevolucionarios’.

Carlos, sociólogo, asevera que «en nuestra sociedad el miedo se ha ido perdiendo. Siempre hubo chistes contra el gobierno y a Fidel y los dirigentes les pusieron motes. No existía internet y el pueblo no tenía acceso a prensa extranjera, pero la gente sabía que la casta gobernante vivía rodeada de lujos. Las personas no son tontas. Mientras el pueblo sufría apagones, se sacrificaba en nombre de un supuesto futuro luminoso y no celebraban las navidades porque la prioridad era cortar caña, la nomenclatura comía pavos rellenos, turrones españoles y vinos franceses. Eran dueños de yates y vivían, siguen viviendo, en mansiones que la burguesía criolla abandonó. Reciben cajas con alimentos de primera calidad y no les falta el combustible ni los dólares. En sus casas o con personas de confianza, en voz baja hablaban sobre las contradicciones que existían en un sistema político que vende el relato de justicia social.

Fuera adoctrinamiento

«Quitarse el fardo del adoctrinamiento inoculado durante años no es fácil. En Cuba, el gobierno siempre castigó severamente el disenso. Si tenías dólares, que hasta julio de 1993 era ilegal, la sanción podía ser de cuatro años. Si intentabas marcharte del país de manera clandestina, las penas de cárcel eran de ocho años. En esa etapa, muchos cubanos creían que el acceso a educación y salud gratuitas solventaba de cierto modo la falta de transparencia, de libertades políticas y económicas y de un modelo democrático de sufragio donde se eligiera al parlamento y a un presidente”, afirma el sociólogo habanero.

Hablan sin tapujo

Niurka, licenciada en historia, recuerda que «en abril de 1980, nueve años antes de la caída del Muro de Berlín [en lo que fuera Alemania Oriental], a la Embajada de Perú en La Habana ingresaron diez mil personas, se produjeron secuestros de embarcaciones y aviones para huir del ‘paraíso socialista’. Y durante la estampida del Mariel, más de 125.000 cubanos se largaron del país. Ya por esa fecha, un sector de la población no creía en Fidel Castro ni en su modelo socioeconómico. Pero no se manifestaban por miedo. A partir de la década de 1990, la gente habla sin tapujos de temas políticos en la esquina del barrio o en los taxis particulares.

«En un principio era una disidencia ciudadana marginal. Se desligaban de la oposición tradicional por temor. La Seguridad del Estado había conseguido dinamitar los puentes entre la población y la oposición. A nivel de calle se sabía que a los disidentes los sancionaban a 20 años de cárcel por recoger firmas o escribir como periodistas independientes y por eso uno se desmarcaba de los opositores y activistas de derechos humanos. Pero en las ciudades de provincias y en particular en La Habana, con mayor acceso a la información, diversos segmentos de la ciudadanía comenzaron a reconocer los métodos autoritarios, la falta de libertad de expresión y los deseos de vivir en un país con reglas democráticas. La apertura de la comunidad cubana radicada en Estados Unidos en 1979 sepultó el mito que los emigrados vivían en condiciones paupérrimas», concluye Niurka.

La irrupción de internet y la posibilidad de viajar al extranjero fueron vitales para que los cubanos comenzarán a confrontar ideas y comparar los pros y los contras de otras sociedades, con disímiles problemas, pero con una prensa libre, mayor transparencia y la posibilidad de elegir al presidente y al Parlamento.

No solo comida

Eugenio, estudiante universitario, cree, que «el debate actual entre muchos cubanos va más allá de culpar al bloqueo (embargo) de Estados Unidos, los apagones o que no hay comida como un paliativo. La gente no solo quiere más comida y mejor calidad de vida. También desean democracia, la libertad de escoger el partido al que quieran pertenecer y, sobre todo, que expresar lo que uno piense no sea un delito. La mayor parte del pueblo quiere el paquete completo».

Heriberto, el campesino que cultiva ajo y cebolla, coincide en que «si hubiera democracia, podría cosechar lo que quisiera y vendérselo a cualquiera. Cuba tendría mejores opciones para salir de la crisis económica. Tantos controles, normativas y falta de autocrítica del gobierno afectan al desarrollo. Al no ser elegidos por la población, los dirigentes se sienten impunes. El sistema actual ya caducó. Hay que enterrarlo».

Un segmento amplio de cubanos también quiere saber cómo y en qué se usa el dinero de sus impuestos. Cuánto ganan el presidente y los ministros y si sus salarios les alcanza para sufragar sus altos niveles de vida. Consideran que las reglas del juego deben cambiar: los gobernantes se deben al pueblo. Y no al revés.

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