- Alejandra Martins
- BBC News Mundo
Julio Hernández Montoya abordó aquel vuelo crucial de Hawaian Airlines con “los sentimientos a flor de piel”, según relata a BBC Mundo.
“Sentía que transportaba algo muy preciado, sentía una satisfacción enorme y una gran responsabilidad por la importancia de lo que llevaba en esa caja”.
El científico mexicano y sus colegas entraron al avión antes que otros pasajeros y acomodaron sus cargas. Junto a cada investigador iba una incubadora con huevos de un ave en peligro de extinción. Y dentro de los huevos latían embriones.
El vuelo era apenas una escala en una travesía de más de 6.000 km de un extremo a otro del Pacífico.
La misión era nada menos que rescatar de aguas estadounidenses embriones de una especie de albatros, el albatros patas negras, y hallarles un nuevo hogar en una isla de México. Allí, en la isla Guadalupe, unos 255 km frente a la costa de Baja California, serían criados por padres adoptivos de otra especie cercana, el albatros de Laysan.
El proyecto dirigido por Hernández Montoya fue reconocido por National Geographic, que otorgó este mes al científico el premio Buffet por liderazgo en conservación.
Aunque él aclara que es sólo un “vocero”. “Junto a mí hay cientos de personas, desde quienes reparan vehículos y mantienen funcionales nuestras estaciones de campo hasta biólogos y personal administrativo, que trabajan día a día para que esto sea real”.
El primer traslado de embriones ocurrió en 2021. Pero solo fue posible tras el esfuerzo de más de dos décadas para restaurar la isla Guadalupe y proteger a las aves marinas que allí anidan, incluyendo el albatros de Laysan.
Dedicar su vida a los albatros no estaba en la mente de Hernández Montoya cuando llegó por primera vez a la isla. No sospechaba que su existencia tomaría un rumbo muy diferente.
Cabras, ratones y gatos
Hernández Montoya es oceanólogo. Nació en un estado sin costas, Guanajuato, pero su pasión por la vida marina lo llevó a hacer su licenciatura y maestría en Baja California. A la isla Guadalupe llegó en 2006 para estudiar un lobo marino endémico de la isla, el lobo fino de Guadalupe.
“Cuando llegué ya había un grupo de la sociedad civil, el Grupo de Ecología y Conservación de Islas, GECI, del que ahora soy parte, trabajando por la restauración de la isla”.
El científico acabó uniéndose a lo que resultó ser un desafío monumental.
“Hacía más de 200 años los seres humanos habían introducido cabras. Hay registros de más de cincuenta mil cabras en la isla y hay viejos marineros que mencionan que veían manadas y no veían donde terminaban”.
Las cabras devoraron los arbolitos pequeños y devastaron los bosques. “Es como tener una ciudad sin bebés por doscientos años. Todo el bosque empezó a colapsar”.
A las cabras se sumaron ratones introducidos en forma accidental por la colonización humana.
“Como no tenían depredadores las poblaciones de ratones se fueron para el cielo, y para controlar al ratón metieron al gato”.
Si las cabras fueron nefastas para la vegetación, los gatos fueron mortíferos para las aves marinas, muchas de las cuales anidan en el suelo.
“En una noche un solo gato podía depredar veinte aves adultas”.
Seis especies de aves endémicas de la isla se extinguieron, como el caracara de Guadalupe, el chivirín cola oscura y el carpintero de Guadalupe.
El científico compara los esfuerzos por restaurar la isla con un partido de fútbol.
Durante años se jugó “a la defensiva” creando cercos para proteger a la vegetación y a las aves. Pero erradicar por completo a las especies invasoras requirió “pasar a la ofensiva”, con trampas y hasta cacería por helicóptero en acantilados en el caso de las cabras.
El resultado no se hizo esperar.
“Parecía una locura”
“Al eliminar las cabras, la isla comenzó a brotar nuevamente con bosques. Toda la comunidad vegetal comenzó a recuperarse”, señala Hernández Montoya.
Y con la ausencia de gatos, las aves marinas pudieron anidar nuevamente.
“En 2003 había poco más de cincuenta parejas de albatros de Laysan en isla Guadalupe. Ahorita en 2024 tenemos entre la isla e islotes mil setecientas setenta parejas.”
Hernández Montoya y sus colegas de GECI comenzaron a presentar su trabajo en congresos internacionales.
Mientras las colonias de albatros en todo el mundo iban en declive, isla Guadalupe “estaba cada vez más consolidándose como la colonia reproductiva más importante del Pacífico Este”.
Los resultados alentadores de México contrastaban con la desoladora experiencia de otras colonias de albatros. Intercambiando experiencias y capacidades surgió una alianza sin precedentes entre GECI y científicos de la ONG estadounidense Pacific Rim Conservation, que trabaja con aves marinas, incluyendo albatros, en islas hawaianas.
Algunas de esas islas, como la isla Midway, un importante centro poblacional de albatros, son atolones. “Son islas muy bajas y el aumento del nivel del mar por el cambio climático está generando pérdida de hábitat”.
El calentamiento global está alterando además la temperatura del océano y la atmósfera, aumentando tanto la frecuencia e intensidad de tormentas y huracanes como la distribución de presas de las que se alimentan las aves.
Y otro gran problema para los albatros en Midway es la basura plástica. “Los padres confunden el plástico con calamar, sardina o anchoveta y los polluelos mueren por obstrucción gástrica”.
En los continuos diálogos entre científicos mexicanos y estadounidenses comenzó a gestarse una idea que en ese entonces “parecía una locura”, recuerda Hernández Montoya.
Los investigadores en Hawái ya estaban trasladando aves de islas bajas a islas más altas. ¿Sería posible aunar el esfuerzo de dos países para llevar albatros de un extremo a otro del Pacífico?
¿Y salvarlos con la ayuda de padres adoptivos?
Crianza cruzada
El proyecto, que lideran Hernández Montoya en México y Eric VanderWerf en EE.UU., es un ejemplo de lo que se conoce como “translocación cruzada”.
“Translocar es mover una especie de un lugar a otro dentro de su mismo rango de distribución”, explica el científico mexicano.
La translocación en este caso es “cruzada” porque para salvar a una especie, el albatros patas negras (Phoebastria nigripes), se involucra a otra diferente, el albatros de Laysan (P. immutabilis).
El punto de partida es la isla Midway. “Allí marcamos los nidos de albatros patas negras más vulnerables a ser erosionados por el alto oleaje. A veces vamos al día siguiente y el mar ya se los llevó y hay que escoger otros. Esto muestra la velocidad a la que hay que tomar decisiones”.
Los huevos son rescatados en enero, por lo menos veinte días antes de que el polluelo eclosione o rompa el cascarón en febrero.
“Si los trasladáramos más cerca de la eclosión serían muy frágiles y vulnerables al transporte, y además no queremos que los pollitos nazcan en media travesía”.
Para conocer el estado del embrión los científicos se cubren con una capucha negra.
“Como está oscuro, con una lámpara vemos a través del cascarón. Podemos ver así el tamaño y salud del embrión”.
Pero escoger los huevos es apenas el comienzo. Lo que sigue es un reto de logística titánico y a contrarreloj.
Huevos con su cinturón de seguridad
“Midway está como su nombre lo dice a la mitad del Pacífico. Cuando rescatamos los huevos los ponemos en pequeñas incubadoras en donde podemos acomodar máximo nueve huevos”.
“El mismo día que colectamos los huevos volamos tres horas en un jet de Midway a Honolulú”.
Debido a la gran cantidad de albatros el vuelo debe despegar de noche, cuando las aves están en su nido y el cielo está libre.
Una vez en Honolulú se certifican permisos de exportación y protocolos de sanidad, y el viaje sigue en un vuelo comercial de cinco horas hacia San Diego, California.
“Hawaian Airlines nos apoyó generosamente y regaló los asientos para las incubadoras, que van sentadas con nosotros los pasajeros y con su propio cinturón de seguridad”.
Tras pasar la noche en un hotel, estabilizando la temperatura de los huevos, la travesía continúa desde San Diego a Tijuana.
“Volamos en un aerotaxi, una avioneta en que va el piloto y dos personas con las incubadoras. Los demás vamos por tierra, cruzamos la frontera y cachamos la avioneta”.
Ya en territorio mexicano se verifican permisos de importación “y del aeropuerto de Tijuana volamos a la Isla Guadalupe en una avioneta para seis pasajeros. Vamos el personal de GECI al cual pertenezco, el personal de Pacific Rim y las incubadoras”.
La pista aérea de Guadalupe está en la mitad de la isla y aún hay que llegar a la colonia de anidación en el extremo sur.
“Es un camino de terracería y tenemos que ir muy despacio, a vuelta de rueda, tratando que el vehículo no se mueva mucho para no lastimar los huevos”.
El viaje completo desde Midway a Guadalupe lleva al menos 48 horas y genera un vendaval de emociones, relata Hernández Montoya.
“Lo sentimos incluso como un honor. La ilusión para los biólogos del equipo es en algún momento del viaje llevar la incubadora con tanta responsabilidad como si estuviéramos pasándonos el pebetero olímpico”.
“Te sientes muy conmovido porque sabes que llevas ahí una luz de esperanza para una especie, embriones que están latiendo y que se rescataron de un lugar donde seguramente iban a morir en unos días”.
“Escogemos a los mejores padres”
Tras arribar a la isla, los huevos “duermen esa misma noche con sus padres adoptivos”.
Y eso es posible porque antes de la llegada de los huevos, biólogos en la Isla Guadalupe han inspeccionado durante más de dos meses todos y cada uno de los nidos de albatros de Laysan.
“Si algún huevo se rompió por cuestiones naturales, no fue fecundado o el embrión estaba muerto, nuestro equipo lo sustituye por un huevo señuelo, un huevo falso hecho de una mezcla de cemento y yeso. ¿Para qué? Para mantener a los padres incubando porque son propectos de padres adoptivos”.
“Además, la ventaja de llevar monitoreando la colonia más de 20 años es que conocemos el historial reproductivo. Escogemos a los mejores padres, a los que han criado mejor a sus hijos en el pasado”.
Los padres adoptivos no rechazan a sus nuevos hijos. La diferencia entre pollitos de albatros patas negras y de Laysan es casi imperceptible al principio.
En mayo, cuando ya se ven diferentes, los padres llevan unos cuatro meses criándolos.
“Ya tienen una relación con su pollito y les importa poco si su hijo les salió negro en lugar de blanco”.
¿Huevos o pollitos?
El primer año del proyecto (2021) los científicos trasladaron tanto huevos como polluelos para evaluar la mejor estrategia de translocación.
Si se trasladan pollitos ya nacidos, la ventana para hacerlo es de solo una semana.
“Tenemos que rescatarlos por lo menos quince días después de que hayan roto su huevo, porque antes de eso no generan su propia temperatura y tiene que estar el padre encima para calentarlos”.
Pero el pollito no puede ser lo suficientemente grande como para “improntarse” en Hawái.
“Impronta es cuando el pollito reconoce dónde nació y no queremos que lo haga porque no queremos que cuando sea adulto regrese a Hawái”.
Muchos seres vivos, explica Hernández Montoya, usan una estrategia llamada “filopatria”: regresan a reproducirse al lugar donde nacieron. “La usan las ballenas, las tortugas, tiburones, el albatros de Laysan y muchas aves”.
Los pollitos de albatros “se ubican con las estrellas. Entonces tenemos que quitarlos de su nido antes de que ellos ubiquen el cielo y hagan sus mapas estelares”.
El viaje de los pollitos desde Midway a Guadalupe es similar al de los huevos.
La gran diferencia es que en el caso de pollitos ya nacidos no es posible usar padres adoptivos.
“No podemos quitar un huevo del nido y darles a los padres un pollo de tres semanas porque no lo van a reconocer”.
Los pollitos deben ser criados en una colonia artificial por los propios científicos, que los alimentan con licuados de calamar, pescado, vitaminas y suero, ajustados día a día según el tamaño del pollito y el clima.
“Cuando hace más calor les damos más suero para hidratarlos, cuando hace más frío les damos más lípidos, más grasas”.
Cada opción, translocar huevos o pollitos, tiene sus ventajas y desventajas.
Los huevos son muy frágiles y pueden dañarse en la translocación y la incubación.
Por otra parte, el estrés de un viaje de tantas horas puede ser fatal para los pollitos. Y la crianza y alimentación con licuados es un trabajo intenso y delicado.
Actualmente solo se trasladan huevos. Sin embargo, si las condiciones oceánicas no son favorables y los padres adoptivos no encuentran suficiente alimento, los científicos complementan la nutrición del pollito.
“Al final nuestra metodología terminó siendo un híbrido. Criamos a los pollitos entre los padres adoptivos y los humanos”.
La inesperada llegada de Bruno
Ya han “egresado” de la colonia de Guadalupe más de 90 aves trasladadas desde Midway como huevos o pollitos. “Si todo sale bien vamos a llegar este año a 127 albatros patas negras translocados, criados y que abandonaron el nido para continuar su ciclo de vida en el mar”.
Los albatros adultos abandonan la isla Guadalupe en julio hacia zonas del Pacífico norte ricas en nutrientes como la costa de Alaska y regresan en noviembre para iniciar el cortejo y reproducirse.
Los juveniles también se van en julio, pero suelen volver a la isla recién cuando están en edad de reproducirse, unos cuatro años después.
Los científicos esperaban con anhelo que los primeros huevos o pollitos translocados regresaran a la isla Guadalupe en 2025.
La vida, sin embargo, les regaló una enorme sorpresa.
“El 9 de febrero de 2024 iba yo llegando a la colonia y volteo y veo en medio de un cúmulo de nidos un albatros negro. Con mis binoculares vi que traía un anillo anaranjado de los que nosotros les poníamos para identificarlos. Supe que era un macho, que se llamaba Bruno, y que lo habíamos transportado de la isla Midway como pollito”, recuerda Hernández Montoya.
“Corrí al auto y llamé por radio a mis compañeros. Fue toda una fiesta, lloramos, nos abrazamos, esperábamos ese momento pero no en 2024”.
Días después llegó Hope, una hembra de albatros patas negras que había sido trasladada como huevo. Y en lo que va del año han aparecido en total ocho aves del proyecto, prueba de que los albatros translocados, sea como huevos o como pollitos, reconocen como su “patria” a la isla Guadalupe.
“Sí se puede”
Hernández Montoya y sus compañeros planean continuar con la translocación e iniciar un nuevo proyecto para proteger a los albatros más allá de la etapa de reproducción.
Con marcadores GPS en las aves esperan evaluar el número de albatros que mueren atrapados en redes de pesca, una de sus principales amenazas, y proponer estrategias para reducirlo.
Al concederle el premio, National Geographic describió a Hernández Montoya como un defensor de la conservación con la capacidad de inspirar.
Para el científico, el proyecto ofrece importantes aprendizajes.
“Es la consecuencia de mucho trabajo previo para restaurar un área. A nosotros como mexicanos nos da mucho orgullo el poder decir que tenemos veinticinco años trabajando para restaurar una isla mexicana, y ese trabajo con tesón y visión a largo plazo nos permite hoy ofrecerla al mundo para rescatar otra especie”.
Otra lección es la importancia de colaborar en varios niveles: entre la sociedad civil y el gobierno, y entre “vecinos con tanto en común, México y Estados Unidos, con un fin tan noble como el bienestar de una especie”.
“Y ni se diga el poder compartir un objetivo de crianza entre el humano y el albatros de Laysan para salvar al albatros patas negras”.
“El mundo necesita nuestra ayuda”, reflexiona Hernández Montoya.
“El proyecto muestra que sí se puede, que estamos a tiempo de salvar un ecosistema. ¿Cuál es la clave? La cooperación, el estrechar lazos, la empatía y el trabajo dedicado y consciente”.
“Si se pudo hacer en una majestuosa isla remota en medio del Pacífico se puede hacer en todo el planeta”.