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viernes, abril 26, 2024

El Químico

El calor es infernal, el aire en cada momento se hace más cálido y lo peor es que debemos evitar hacer ruido.

Por encima de nosotros solamente escuchamos el sonido como cuando alguien camina con cuidado, “no se, si para evitar que se active algún artefacto o buscando agudizar su oído para escuchar además de los sonidos naturales de la selva, nuestra respiración”.

“Ellos, los soldados están aquí, nos buscan”. 

Respirar en el refugio es muy complicado, aquí abajo solamente lo podemos realizar a través de pequeñas varas de bambú, que dejan pasar aire, pero en cantidades reducidas.

No se cuantos son, pero hay muchos. 

Todos bajaron de los 3 helicópteros que se escuchó llegaron hasta donde teníamos instalado nuestro laboratorio. 

“Nuestros refugios nunca estuvieron tan cerca de ser descubiertos como esta noche”.

“Tantos soldados para tratar de detenernos si solamente somos nueve quienes trabajamos aquí”

A lo largo de los años que he laborado como el encargado de los laboratorios en las montañas, esto es común, aunque poco a poco me acostumbré, el miedo de ser sorprendido no desaparece.

Siempre el temor se apodera de todos en el laboratorio, de nuevo el sonido de los helicópteros en esta  calurosa noche de medio año, provocó que corriéramos de un lugar a otro.

La humedad ya supera el 67 por ciento, aunque en montaña abajo se transpira aún más.

La semana transcurrió sin mayores sobresaltos.

El trabajo en el laboratorio  se llevó sin novedad.

No nos confiamos, porque segura la montaña no es.

Cuando menos nos imaginamos los sonidos de los helicópteros nos hacen correr hacia nuestros refugios, que siempre que nos movemos de área, debemos construir.

Son refugios nada cómodos y menos, amplios.

Sobretodo porque primero debemos proteger la producción.

Los construimos a ras del suelo. No llegan a tener una longitud mayor de 3 metros  y 1.80 de profundidad y 120 centímetros de ancho.

La mayor dificultad en los refugios no es el espacio, no al espacio nos hemos adaptado y si que hemos pasado horas o tal vez días dentro de ellos.

Es la falta de aire que nos pone en la desesperación constante.

Y el espacio se reduce cuando la producción está en la fase final.

Estas montañas que se imponen en el Valle de Aburrá, en Antioquia Medellín, son testigos silenciosos de la década de los 70 hasta los años actuales.

Los días como que se detienen en el tiempo. El promedio de los 28 grados centígrados que se palpan casi todo el año, nos hace sentir que avanzamos, en cámara lenta.

Y día a día vivimos con la angustia del tiempo porque al estar sentado bajo estos árboles milenarios, el tiempo transcurre como pasos de niño que aprende a caminar, despacio; muy despacio.

Pero cuando estamos en la producción, las horas corren como una bicicleta en bajada, muy de prisa.

A veces me pregunto que hago aquí, pero aquí sigo. Sin explicación.

Ya llevo muchos años en este menester, muchos de mis amigos ya se han ido, unos a otros lugares para seguir en los mismo,  varios más abandonaron sus tierras para salvar sus vidas, y muchos ya fallecieron.

Así es mi rutina, así ha sido desde que me incorporé a estas actividades cuando recién cumplía 21 años.

Pasaba semanas y semanas elaborando cocaína. Me internaba en las selvas de Medellín para hacer lo único que aprendí a trabajar.

A memorizar las fórmulas.

Mi familia nunca supo y hoy no sabe a que me dediqué todos estos años, lo único que confirman es que me fui pobre y pobre seguimos.

MUY PRONTO

AFP
AFPhttp://www.diestralarevista.com
Periodista comprometido por la verdad

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